
Treinta años después de la muerte de su hermano, al frente de su tumba, julio Alarcón, recordó aquel día en que, por primera vez, lo llevó a conocer el mar. Punta Hermosa era entonces un poblado de quince viviendas construidas de paja y albardilla, a orillas del mar de aguas azules y cristalinas, con arena tan blanca como la nieve. En ese tiempo no vivían muchas personas ahí, por las historias y mitos que se contaban, pero ahora se ha convertido en lugar de turismo.
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